
El panorama económico de México es alarmante. Los últimos datos oficiales muestran que la economía nacional acumula un avance casi nulo, la industria se contrae, y los servicios apenas logran un crecimiento moroso. Entre enero y el tercer trimestre de 2025 el crecimiento acumulado anual fue apenas de 0.4 %. La contracción del producto interno bruto (PIB) en el tercer trimestre se situó en torno a –0.2 % anual, y comparado con el trimestre anterior la reducción fue de –0.3 %. Y eso, cuando el motor industrial —la manufactura, la construcción, la minería— mostró una caída anual de 2.7 %.
Estos datos no son meros accidentes del ciclo económico: reflejan un agotamiento de los hidro-motores productivos del país. Pero lo que es más grave: la debilidad no proviene sólo de factores externos, sino de decisiones internas, de reformas constitucionales, de políticas y de un entorno regulatorio que ha ido erosionando la confianza de los inversionistas y frenando la inversión. Cuando la inversión se paraliza, el crecimiento se detiene.
El crecimiento económico depende de que el capital fluya: privado, público y extranjero. Pero la inversión productiva está en retroceso, lo cual lo vemos claramente en los datos de inversión contratándose y del sector industrial contrayéndose. Servicios, que podrían amortiguar el golpe, avanzan con lentitud, y el sector agropecuario, aunque crece, no sustituye la función estructural que tiene la industria para encadenamientos productivos, exportaciones, empleos formales bien remunerados.
¿Por qué se retrae la inversión? Porque falta certidumbre. Las decisiones legislativas clave que se han tomado recientemente —principalmente reformas constitucionales o grandes modificaciones institucionales— han generado un ambiente de riesgo, de indecisión, de “esperemos a ver qué viene”. Los inversionistas preguntan: ¿qué va a pasar con el régimen legal? ¿Con los tribunales? ¿Con la competencia? ¿Con los tratados comerciales? Y cuando no tienen respuestas claras, la inversión se congela.
¿Cuáles son las señales del deterioro?:
Cuando una reforma constitucional o una modificación de gran calado cambia sustancialmente las reglas del juego —por ejemplo, para la justicia, para la competencia reguladora, para la participación del sector privado en energía, para la autonomía de los órganos reguladores— el efecto en inversión es casi automático: más riesgo, menos inversión. Y menos inversión equivale a menor crecimiento.
En México, se han aprobado reformas que afectan el sistema de justicia, la independencia de los órganos reguladores, el marco legal para inversión energética y otros rubros que eran pilares de confianza para las empresas nacionales y extranjeras. Es una ecuación simple: cuando esas instituciones se debilitan, la economía deja de mandar la señal “México es un destino seguro para invertir”. Y sin esa señal, la industria, la manufactura, la construcción —sectores que requieren compromiso de capital a mediano plazo— simplemente se retraen.
El efecto conjunto de este deterioro institucional y de la caída en inversión es que el país pierde dinamismo:
México tiene todos los elementos para crecer de forma mucho más acelerada: ubicación geográfica única, mano de obra competitiva, tratados comerciales activos. Pero todo eso se va perdiendo si las reglas del juego cambian continuamente o si se instala la percepción de que el país camina hacia un marco institucional menos predecible. La debilidad económica que hoy vemos —la caída del sector industrial, el crecimiento casi nulo, las inversiones que no llegan— tiene raíz en decisiones legislativas y de política pública que han priorizado el corto plazo por encima del desarrollo productivo.
Como diputado del PAN, afirmo con claridad: las reformas que generan incertidumbre económica y política frenan más que ayudan. México no puede darse el lujo de sacrificar su futuro productivo. Si queremos retomar el crecimiento, crear empleos de calidad, integrarnos más al mundo y elevar los ingresos de las familias, debemos tomar decisiones que fortalezcan la inversión y el crecimiento, no que lo limiten.

El panorama económico de México es alarmante. Los últimos datos oficiales muestran que la economía nacional acumula un avance casi nulo, la industria se contrae, y los servicios apenas logran un crecimiento moroso. Entre enero y el tercer trimestre de 2025 el crecimiento acumulado anual fue apenas de 0.4 %. La contracción del producto interno bruto (PIB) en el tercer trimestre se situó en torno a –0.2 % anual, y comparado con el trimestre anterior la reducción fue de –0.3 %. Y eso, cuando el motor industrial —la manufactura, la construcción, la minería— mostró una caída anual de 2.7 %.
Estos datos no son meros accidentes del ciclo económico: reflejan un agotamiento de los hidro-motores productivos del país. Pero lo que es más grave: la debilidad no proviene sólo de factores externos, sino de decisiones internas, de reformas constitucionales, de políticas y de un entorno regulatorio que ha ido erosionando la confianza de los inversionistas y frenando la inversión. Cuando la inversión se paraliza, el crecimiento se detiene.
El crecimiento económico depende de que el capital fluya: privado, público y extranjero. Pero la inversión productiva está en retroceso, lo cual lo vemos claramente en los datos de inversión contratándose y del sector industrial contrayéndose. Servicios, que podrían amortiguar el golpe, avanzan con lentitud, y el sector agropecuario, aunque crece, no sustituye la función estructural que tiene la industria para encadenamientos productivos, exportaciones, empleos formales bien remunerados.
¿Por qué se retrae la inversión? Porque falta certidumbre. Las decisiones legislativas clave que se han tomado recientemente —principalmente reformas constitucionales o grandes modificaciones institucionales— han generado un ambiente de riesgo, de indecisión, de “esperemos a ver qué viene”. Los inversionistas preguntan: ¿qué va a pasar con el régimen legal? ¿Con los tribunales? ¿Con la competencia? ¿Con los tratados comerciales? Y cuando no tienen respuestas claras, la inversión se congela.
¿Cuáles son las señales del deterioro?:
Cuando una reforma constitucional o una modificación de gran calado cambia sustancialmente las reglas del juego —por ejemplo, para la justicia, para la competencia reguladora, para la participación del sector privado en energía, para la autonomía de los órganos reguladores— el efecto en inversión es casi automático: más riesgo, menos inversión. Y menos inversión equivale a menor crecimiento.
En México, se han aprobado reformas que afectan el sistema de justicia, la independencia de los órganos reguladores, el marco legal para inversión energética y otros rubros que eran pilares de confianza para las empresas nacionales y extranjeras. Es una ecuación simple: cuando esas instituciones se debilitan, la economía deja de mandar la señal “México es un destino seguro para invertir”. Y sin esa señal, la industria, la manufactura, la construcción —sectores que requieren compromiso de capital a mediano plazo— simplemente se retraen.
El efecto conjunto de este deterioro institucional y de la caída en inversión es que el país pierde dinamismo:
México tiene todos los elementos para crecer de forma mucho más acelerada: ubicación geográfica única, mano de obra competitiva, tratados comerciales activos. Pero todo eso se va perdiendo si las reglas del juego cambian continuamente o si se instala la percepción de que el país camina hacia un marco institucional menos predecible. La debilidad económica que hoy vemos —la caída del sector industrial, el crecimiento casi nulo, las inversiones que no llegan— tiene raíz en decisiones legislativas y de política pública que han priorizado el corto plazo por encima del desarrollo productivo.
Como diputado del PAN, afirmo con claridad: las reformas que generan incertidumbre económica y política frenan más que ayudan. México no puede darse el lujo de sacrificar su futuro productivo. Si queremos retomar el crecimiento, crear empleos de calidad, integrarnos más al mundo y elevar los ingresos de las familias, debemos tomar decisiones que fortalezcan la inversión y el crecimiento, no que lo limiten.